Sus bienes culturales,
compuestos por un Conjunto Arquitectónico y Urbanístico, fueron reconocidos
como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980
Brasil tiene, además de playas
de ensueño y exuberante vegetación, verdaderas joyas arquitectónicas que
sorprenden al mundo por su singularidad y detalle. Ouro Preto (Oro Negro) es
una de ellas, enclavada en las montañas del estado de Minas Gerais. Esta
ciudad, construida por esclavos y artistas inspirados en los modelos europeos
que crearon un estilo distintivo nacional, posee el más grande conjunto de la
arquitectura barroca de Brasil. Esto la hizo acreedora del título de Patrimonio
Cultural de la Humanidad, concedido por la UNESCO en el año 1980, lo que ha
permitido la preservación de uno de los más ricos conjuntos arquitectónicos del
país. Pasear por sus laderas escarpadas, que aún mantienen su calzada original
de piedras es, en realidad, hacer un viaje por el tiempo.
En cada rincón de Ouro Preto se respira el pasado,
en las fachadas de las casas, en los balcones y puertas cuidadosamente tallados
o en detalles como cerraduras que, coronadas por una cruz, simbolizaban la
elevada clase social de sus moradores. Por toda la ciudad hay fuentes de agua,
puentes de piedra, antiguas minas acondicionadas para el turismo, casonas y
atractivos naturales.
Entre sus más destacados atractivos, cabe destacar
la Plaza de Tiradentes, que abriga dos de los monumentos más fotografiados de
la región: el Chafariz dos Contos, una preciosa fuente tallada en piedra y, a
su lado, la Casa dos Contos, uno de los más bonitos palacios de la arquitectura
colonial brasileña.
Entre su impactante propuesta de arquitectónica, la
Iglesia de San Francisco de Asís, obra maestra construida en 1766, es un
magnífico ejemplo del barroco minero y la obra prima de Antonio Francisco
Lisboa, conocido mundialmente como “Aleijadinho” y considerado uno de los
mayores representantes del estilo barroco en América Latina. Alberga obras pictóricas
y escultóricas de la Época Colonial. Al visitar su interior la pintura del
techo propone una admirable mezcla de colores, ángeles y santos con
características originalmente brasileñas que lo diferenciaron de los cánones
europeos. El altar principal también ofrece una grata sorpresa al descubrir que
todas las figuras tienen un aspecto amable y expresivamente humano.
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